Decía Winston Churchil que “la política es casi tan emocionante como la guerra y casi tan peligrosa. En la guerra solo puedes ser matado una vez, pero en la política muchas veces”. Pedro Sánchez podría contar con los dedos de las dos manos las veces que han intentado matarlo, y lo máximo que han conseguido ha sido dejarlo malherido. Y no hay nada mas rencoroso en este mundo que un animal, político, herido de muerte, pero al que dejan vivir para vengarse. Conozco a Pedro Sánchez desde que José Blanco señalara a aquel joven concejal de Madrid para llevarlo a las tertulias y poco a poco fuera creciendo en lo político y en lo personal hasta hacerse un nombre a la sombra del entonces gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Sánchez siempre fue un oportunista, un cínico, capaz de decir una cosa y su contraria según el momento. Pero era un encantador de serpientes, siempre amable, con la sonrisa perenne en la boca como si se tratara de un anuncio de profident. Era difícil adivinar que estaría pensando porque detrás de aquella sonrisa inmutable se escondía una mente ciertamente perversa una desmedida ambición por el poder. “Yo seré presidente del Gobierno” me dijo una vez saliendo de una tertulia en 13TV. Cuando comenzó su periplo de resurrección tras el convulso comité ejecutivo en el que, como a Julio Cesar, le asestaron el golpe de gracia y sus propios amigos le apuñalaron sin piedad, me invitó a un acto en la sede madrileña a la que él pertenecía desde que se afilió al PSOE -no recuerdo el distrito- y allí volvió a decirme: “Este es el comienzo de mi camino hacia La Moncloa”. No se equivocó. Desde entonces, seré sincero, no he vuelto a verle cara a cara, pero nada de lo que ha pasado desde entonces puede sorprenderme. Alfredo Pérez Rubalcaba, que en paz descanse, me dijo un día desayunando mano a mano en el hotel Villa Real, frente al Congreso: “Este Sánchez vendería su alma al diablo”. Si el diablo se llama Carles Puigdemont, ya se la ha vendido.

Pedro Sánchez es, probablemente, el presidente del Gobierno más detestado por tirios y troyanos de toda la democracia española, y la razón de tal desprecio no es otra que su habilidad para poner de manifiesto que los principios son algo inútil cuando de la ambición de poder se trata. Y eso implica jugar haciendo trampas, él siempre tendrá la ventaja de cambiar de opinión cuando le venga en gana o las circunstancias lo exijan. Pero esa también es su debilidad, porque le pone a los pies de quienes se aprovechan de esa ausencia de moral política para obtener su propio beneficio. El pérfido Sánchez ha encontrado en el pérfido Puigdemont la horma de su zapato, y tal cosa le ha debilitado hasta un punto en el que, de repente, el acoso político-mediático-judicial al que le han sometido a raíz del ‘caso Koldo’ ha hecho mella en su ánimo. Vuelve a ser un animal herido que se siente objetivo de los cazadores, y no está dispuesto a ser la presa de nadie, y mucho menos la presa de la fachosfera.

Ayer le pregunté a alguien cercano a Sánchez: “¿Y esto?, le dije. “Pedro Sánchez haciendo de Pedro Sánchez”, me contestó. Manual de resistencia. La victimización como forma de violentar la sentimentalidad de la ciudadanía y provocar lo que más le gusta: la división, el enfrentamiento. El acoso al que ha sido sometido Sánchez por la derecha y la extrema derecha como él dice, no es menos acoso que el sufrido por Isabel Díaz Ayuso por parte de la izquierda y la extrema izquierda, pero en el caso de Sánchez es un ataque a la democracia y en el de Ayuso una lógica producto de su habilidad para el berrinche. En el PP no saben llorar, solo saben berrear. Aunque a Sánchez habría que recordarle aquello de que para ser presidente del Gobierno se viene llorado de casa. El problema es que esta vez el presidente se ha pasado de frenada. Ayer dije, en mi monólogo, y lo mantengo, que lo de Begoña Gómez, tal y como se ha planteado, no hay por donde cogerlo, pero precisamente por eso el amor infinito que el presidente profesa hacia su amante esposa resulta un tanto impostado, pero, sobre todo, si el asunto es puro montaje, ¿a cuento de que viene todo esto? ¿A cuento de qué nos somete a los españoles a semejante tensión hasta el próximo lunes, como si tuviéramos la obligación los ciudadanos de ser testigos de su desgracia? Un presidente del Gobierno lo es las 24 horas del día, siete días a la semana y 365 días al año, por eso su decisión de tomarse un tiempo, me da igual si se trata de unas horas que de un puente, es una decisión intolerable.

Solo recuerdo, en mi ya larga trayectoria como analista político, una circunstancia parecida. Fue aquel verano de 1989, en Sevilla, un Congreso de Alianza Popular y un presidente del partido, José María Aznar, que escribió una carta de renuncia porque no soportó las presiones de los sectores más conservadores del partido para frenar su intento de abrirlo hacia el centro y convertirlo en lo que es hoy, el Partido Popular. Entonces el presidente fundador, Manuel Fraga, cogió aquella carta y al grito de “ni tutelas, ni tutias”, rompió la carta y Aznar fue proclamado presidente y respaldado por la totalidad de su partido. Pero no es lo mismo, aunque seguramente Sánchez busque un efecto parecido: el respaldo de la sociedad al hombre herido en su amor propio, porque en el otro amor, que quieren que les diga, tengo mis dudas. Pero Aznar no era entonces presidente del Gobierno, y Sánchez sí. Y un presidente no debe jugar con los sentimientos de los ciudadanos y mucho menos enfrentarlos al grito de que salvarle a él es salvar la democracia, porque ni la democracia está en peligro, y si lo está no es porque se pregunte que ha pasado en ese charco sucio y chusco de la corrupción en el que Sánchez ha sentado sus posaderas.

Las palabras de José Luis Rodríguez Zapatero llamando a la movilización y al coraje democrático recuerdan aquellas otras de Pablo Iglesias defendiendo los escraches y el acoso a los líderes de la derecha como ‘jarabe democrático’. Esto es lo peor de lo que estamos viviendo, la zona más oscura, la tiniebla de la política. Sánchez busca el respaldo de los suyos, lo hará presentando una cuestión de confianza. Si alguien piensa, mínimamente en serio, que el lunes va a anunciar su dimisión, es que no conoce al personaje. Cuidado que, si lo hace, seré el primero en reconocerle el gesto, pero no será porque se sienta amenazado por la derecha y la extrema derecha, sino porque ese charco sobre el que se sienta esconde una bomba de relojería que puede estallar en cualquier momento, y entonces será otro cantar. Pero, insisto, lo que quiere ahora es la incondicionalidad de los suyos, aunque los suyos sean los mismos que también desean verle muerto.

Pero, llegados a este punto, entre Sánchez y la derecha, Sánchez. Donde va a parar. Aunque eso signifique tragar con ruedas de molino y rendirle pleitesía. Si uno escucha a Belarra o a cualquiera de los dirigentes de la izquierda, y allí donde hablan de derecha y extrema derecha lo podríamos sustituir por izquierda y extrema izquierda sin que eso le quiete nada de sentido a la intencionalidad de la denuncia de ataque al sistema democrático. Y es que, verán, este es el verdadero problema de nuestro país, y lo que, desde ayer, gracias a Pedro Sánchez, se empieza a percibir también fuera de nuestras fronteras. No es la corrupción, por toxica que esta sea, ni los negocios de Begoña si es que los hubiera o hubiese. Ni siquiera la debilidad de su exigua mayoría dependiente de los votos de un fugado de la justicia. No es nada de todo eso. Es algo mucho mas profundo, que ya una vez nos condujo a lo peor. Es la ruptura de las costuras de convivencia que hicieron posible la Transición. Y miren, en esto, que haya un culpable llamado Pedro Sánchez, no exime de responsabilidad a quienes desde la extrema derecha le dan los argumentos de su lamento y desde la derecha les despejan el camino.