Con 10.000 empresas y más de un millón de ciudadanos instalados de forma permanente en el continente, las cifras que apuntalan el idilio entre China y África no hacen más que crecer. Por si acaso, Pekín acaba de poner 60.000 millones de dólares más encima de la mesa que darán sus frutos en forma de préstamos sin intereses, líneas de crédito, fondos para el desarrollo y financiación de importaciones.



La estrategia china pasa por seguir consolidando un comercio bilateral que se ha multiplicado por 17 en dos décadas, hasta alcanzar el año pasado los 170.000 millones de dólares, y que ha permitido a la segunda potencia mundial consolidarse como principal socio comercial y financiero del continente, por delante de Estados Unidos.

“Un punto de inflexión en las relaciones sinoafricanas”, decía Xi Jinping al término del último Foro de Cooperación China-África. En plena carrera por el control de los recursos naturales y con la herida abierta de la guerra comercial con Estados Unidos de por medio, la segunda potencia mundial busca el modo de asegurarse la pujanza económica.

“China está llevando a nuevas cotas la estrategia geoeconómica: cómo sostener una economía gigante a largo plazo basándose en herramientas geopolíticas y asegurarse el aprovisionamiento de recursos clave, como los energéticos o minerales”, apunta Jordi Molina, profesor de geopolítica y geoeconomía de EADA Business School. Explica que China extrajo dos lecturas fundamentales del colapso de la URSS: no se puede competir directamente con Estados Unidos y, aunque no seas una democracia al uso, la legitimidad social pasa por el desarrollo económico.

Detrás de estos megaproyectos de infraestructura que salpican el territorio africano, y también de otras regiones como América Latina, está la necesidad de Pekín de diversificar una economía que ya no crece a tasas superiores al 10%, lo cual preocupa a las autoridades del gigante asiático.



“África también se dibuja como destino de actividades económicas para desviar el exceso de capacidad productiva de china y seguir alimentando el crecimiento para poder salvaguardar la estabilidad política y social”, señala Molina.

Toda esta actividad también genera dudas. Son habituales las acusaciones de opacidad en los contratos, ausencia de participación local en los mismos, impacto ambiental de los proyectos de infraestructuras cuando no directamente de neocolonialismo. La que más se repite es la que señala lo que se conoce como diplomacia de la deuda o endeudamiento trampa, es decir, consolidación del poder de Pekín a costa del endeudamiento de los países que se benefician de sus créditos. Una estrategia que derivaría en pérdida de poder político y soberanía nacional en dichos países, mientras en paralelo se incrementa también la presencia militar.