El de nuestro Palacio de la Bolsa es una copia. A imagen y semejanza de un hermano mayor, el de la Bolsa de Ámsterdam, recuerden, la cuna de las finanzas europeas y promotor de los templos del viejo continente construidos después de un volátil siglo XVII.

Neerlandés, vemos entonces y con acento francés porque de Estrasburgo tiene su corazón. Marca el principio y el fin de las cotizaciones. Da carpetazo a los nervios de los agentes de cambio y bolsa midiendo la presión de unas sesiones en las que el tiempo no es más que otra variable del mercado.

Hoy nuestro protagonista es el reloj del Palacio de la Bolsa de Madrid.

Escucha el séptimo episodio de "Historias de la Bolsa", un podcast en colaboración con BME:

Es importante contar con él porque como nos explica María Iglesias, responsable de eventos del Grupo BME, el control del tiempo quedaba a su cargo, la responsabilidad de que una acción no cayera tras anunciar, por ejemplo, aquello del profit warning al cierre de una sesión bursátil recaída sobre sus hombros.

El reloj es todo un emblema en el Palacio de la Bolsa. Es la ‘niña bonita’ de todo un equipo centrado en su bienestar y en que luzca imponente. Les decía, al principio, que muy bonito todo esto, pero que nuestra esfera no es más que una copia. Barata o no. Pero una copia del de la Bolsa de Ámsterdam, una copia por aquello de que era el modelo.

Neerlandés por fuera. Aunque por dentro de corazón francés pese a que por aquel entonces la ciudad limítrofe de Estrasburgo perteneciera a un todopoderoso imperio germánico hasta que cayera bajo los yugos de Luis XVI y el territorio se anexionara al reino de Francia en 1681.

La cara oculta

Un pilar, en cualquier caso, de mármol rojizo adornado con borlas de color ocre que hacen relucir a las cuatro esferas que dan vida a esta reloj. Cuatro esferas con distintos trabajos.

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Cuatro esferas. Tres marcan la hora y la cuarta hace las funciones de barómetro. Mediciones exactas sobre la presión atmosférica de un entorno de mercado que a este le dan una vida diferente.

Un barómetro, una aguja que les marcaba el compás a unos inversores que fiaban todo su capital, grande o pequeño a una simple aguja que un día se paró. Fue entonces cuando no lo arreglaron porque el mercado estaba lleno de supersticiosos que dejaban de lado la lógica de la economía y la matemática para dar paso a las creencia que, quien más quien menos, alteraban el comportamiento de un mercado en el que, desde hace unas décadas, el tiempo es variable y en el que las interconexiones se cuentan por millones.

Debajo del reloj, una campana que suena cada vez que una nueva firma se estrena en el mercado. Una campana que sigue siendo, en pleno siglo XXI, el símbolo de toda una historia por delante.

La importancia de un día

Si miramos un poco más abajo. Vemos serpientes y caduceos, pero también otro objeto más mundano, pero de capital importancia. El calendario.

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Un calendario que del tiempo pasa a dejar atrás los días. Que ustedes pueden ver a través de sus pantallas y que, por cierto, por los pasillos de la redacción de Capital Radio nos da cuenta del santoral o entretiene con los pasatiempos que esconden a sus espaldas.

Un reloj, una campana, un calendario… que desde el parqué donde cada día les contamos el mercado representa a la bolsa que nos mueve. Representa al sentimiento de todo un capital que nos habla de la evolución misma del mercado.

Historias de la Bolsa: El reloj, una variable más de tiempo y presión

El de nuestro Palacio de la Bolsa es una copia del 'hermano mayor' de Ámsterdam con corazón francés, pero todo un símbolo con más de un secreto