Italia ya tiene su Gobierno. Giorgia Meloni (Roma, 1977) está a un paso de ser presidenta del Consejo de Ministros. Sergio Matarella sigue al frente de la República, pero todo apunta a una pronta desbandada con un Silvio Berlusconi (Milán, 1936) que espera en la casilla de salida por una carrera a la que llega con un amplio respaldo en el Parlamento de una derecha radical que se envalentona tras la cita con las urnas.

Cuando los votos se terminen de contar este lunes se sabrá con exactitud quién ha ganado esta cita electoral. De momento, los sondeos a pie de urna que publican los medios de comunicación italianos dan la victoria al partido ultraderechista de Giorgia Meloni, Fratelli d'Italia entre un 22% y un 26% del voto con una alianza de las derechas (La Lega de Matteo Salvini y Forza Italia de Silvio Berlusconi) que alcanzarían hasta los 257 escaños en el Parlamento y los 131 en el Senado.

La alianza del centroizquierda con el Partito Democratico de Enrico Letta al frente se haría con entre el 17% y 21% de los votos y 98 escaños en la Cámara Baja y sobre los 53 en la Cámara Alta. El Movimiento 5 Estrellas se quedaría con el tercer puesto.

Unos 46 millones de italianos más de los 5 millones que residen en el extranjero han votado por primera vez tras la reforma que ha reducido notablemente el número de los miembros del Parlamento: los diputados son 400 en lugar de 630 y los senadores se quedan 200 en lugar de 315.

Europa, entretanto, predispuesta a negociar con la ultraderecha que representa Meloni. “Mi actitud es que nosotros colaboramos con cualquier Gobierno democrático que quiera colaborar con nosotros. Si las cosas van en una dirección difícil, como dije con respecto a Hungría y Polonia, tenemos herramientas”, aseguraba en Princeton el pasado viernes la presidenta de la Comisión Europea (CE), Úrsula von Der Leyen.

¿Un verdadero problema para Bruselas?

La imagen de una Italia derrochadora y holgazana a la hora de poner en marcha las reformas que, desde la Unión Europea (UE), se solicitaban para hacer llegar el dinero comunitario ha cambiado en los últimos años.

La inestabilidad política sigue siendo marcha de la casa, pero mientras tanto ha exportado más bienes y servicios de los que importó desde 2012, también durante la crisis de la COVID10. Los italianos consumen menos de lo que producen, viviendo, en contra de lo que se podía pensar, por debajo de sus posibilidades.

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A día de hoy la deuda del sector privado es relativamente baja en comparación con otros países de la OCDE. En cuando a las finanzas públicas, Roma ha tenido superávit presupuestarios primarios abultados incluso antes de la pandemia: los ingresos han ido excediendo el gasto excluyendo, eso sí, los pagos de interés lo que han fomentado un ajuste fiscal mayor que el de otros países como Alemania.

Si es verdad que, sin embargo, la ratio deuda/PIB sigue siendo alta como consecuencia de la crisis de 1980 - costes de endeudamiento disparados - el impacto de la financiera y del euro además de la pandemia.

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Según los datos disponibles en Eurostat, el gasto público per cápita en Italia destinado a la protección social y salud está muy por debajo del de otros países como Francia o Italia lo que, en parte, ha fomentado el descontento social con los últimos gobiernos tecnócratas de esta última década.

Italia, en cualquier caso, sigue siendo una potencia industrial dentro del bloque comunitario solo por detrás de Alemania y muy por delante de Francia, España o Polonia. La producción industrial en este país fue a la baja durante las décadas de 1990 y 2000, aunque se ha desempeñado mejor que la de Alemania desde 2015.

Liberalización y temporalidad

En el apartado del mercado laboral, la flexibilización ha traído consigo un fuerte aumento de los contratos temporales y una caída de los salarios. Sin embargo, este tipo de reformas estructurales no han impulsado el crecimiento de la productividad aunque, en el marco de la llegada de los fondos europeos Next Generation EU - a Italia le tocan 200.000 millones de euros entre préstamos y dinero a fondo perdido - Roma se ha comprometido a cambiar esta situación.

La liberalización del mercado laboral generó un repunte de los empleos temporales. Sin embargo, la mano de obra barata ha reducido los salarios y provocado una disminución de los incentivos para que las empresas hicieran inversiones.