La inflación es sin duda el eslabón perdido en el crecimiento económico global. Pese a la cantidad brutal de liquidez inyectada en la economía a raíz de la crisis financiera, en EEUU y gran parte de Europa la inflación se mantiene moderada, por debajo de los objetivos que marcan los manuales de economía, y esto impide que los bancos centrales adopten políticas monetarias más estrictas.

A unos niveles por debajo del 2%, la inflación es un reto para la Fed y el BCE. Pero si la inflación despierta de forma desbocada, se convertiría en una amenaza, puesto que los bancos centrales se verían obligados a subir los tipos de interés con brusquedad para enfriar los precios a través de un crédito más caro.



¿Puede despertar la inflación en 2018? Dejemos de lado el comportamiento de precios de los productos más volátiles como energía y alimentos frescos y centrémonos en factores estructurales. Un factor determinante para que la inflación despierte, para que suban los precios, es que los ciudadanos tengan más dinero en su bolsillo y estén dispuestos a gastarlo. Y para que esto suceda es imprescindible que suban los salarios.

De ahí que Janet Yellen haya pasado la mayor parte de su mandato al frente de la Reserva Federal hablando de la calidad de empleo y buscando entre los números una subida de los ingresos personales antes de subir los tipos de interés. Ahora es Mario Draghi, el presidente del BCE, el más preocupado por que los salarios suban en Europa. Desde hace unos cuantos meses aprovecha la rueda de prensa tras las reunión del Banco Central Europeo para pedir subidas de salarios:
Los desarrollos que estamos presenciando en la economía real aumentan nuestra confianza en una brecha de producción que se estrechará a lo largo del año que viene y una mejora en las condiciones del mercado laboral. Todo esto a su debido tiempo debería incrementar la presión en los salarios, que como sabéis ha sido una de las variables que hemos estado mirando como uno de los conductores de la inflación subyacente y también uno de los conductores para un progreso sostenido en la inflación general.

Y es que el pobre crecimiento de los salarios es uno de los principales problemas a los que se enfrentan las economías desarrolladas. En el caso de la eurozona, el crecimiento salarial se ralentizó en el tercer trimestre de 2017 desde máximos de dos años. Unas cifras que no le dan a la inflación el empujón que necesita.

El otro factor clave es el consumo, muy ligado a los salarios: un pobre incremento de los salarios pesa sobre la inflación subyacente y frena el consumo. Aumentar el consumo interno es fundamental. ¿Pero cómo se aumenta el consumo si los salarios de las generaciones más jóvenes son más bajos que los de los jubilados? Es el caso de España, donde los recién contratados cobran 100 euros menos que los recién jubilados.

Que la inflación despierte o no, no sólo depende de los salarios. También depende de China. Tradicionalmente, el gigante asiático ha sido considerado la fábrica del mundo. Hasta ahora, China había exportado deflación gracias a su producción barata, pero el país está en pleno cambio: con la clase media en auge, el poder adquisitivo sube y ese coste salarial se traslada a los precios. Y el precio de fabricación en China determina buena parte de los precios de los productos del resto del mundo. Por eso ahora la gran pregunta está en si China seguirá exportando deflación o comenzará a exportar inflación.

O si no, tiremos por el camino del medio: Decimos que no hay inflación cuando la medimos a través del IPC, pero sí la vemos a través de la fuerte subida de algunos activos, por eso vemos a muchos índices de la bolsa en máximos históricos. También vemos subidas en los activos financieros y en el mercado inmobiliario, sobre todo en países como China, EEUU, Japón, Reino Unido o España.

¿Reto o amenaza? Ése es el gran debate que se abre para 2018.