“Estados Unidos no puede seguir siendo el policía del mundo”. “No es justo cuando la carga está sobre nosotros”. Es el repetido mensaje de Donald Trump, esta vez en visita sorpresa a sus tropas desplegadas en Iraq, tras haberse hecho públicos recientemente sus planes para sacar a los soldados estadounidenses de Siria y ordenado la retirada de un contingente aún mayor de Afganistán.

No es la primera vez que un presidente del país norteamericano quiere sacar a las tropas del complejo mapa de Oriente Medio y no es extraño que ahora sea un Trump replegado en lo político y en lo comercial quien quiera continuar con ello, aunque luego nunca se sabe y donde dije digo, digo Diego, porque la realidad es mucho más complicada de lo que cabe en los titulares de prensa o en un hilo de Twitter. Y si no que se lo digan a su antecesor en el cargo. Sobre todo porque los intereses geoeconómicos de Estados Unidos en la región son muchos y variados, y hasta el mandatario que de cara a la galería apuesta más por lo doméstico, quiere salvaguardarlos.

No, el Daesh no ha sido derrotado y la experiencia con Al Qaeda y sus posteriores mutaciones llaman a todo menos a la autocomplacencia. No es que la salida de los 2.000 efectivos estadounidenses de Siria vaya a cambiar el curso de un país que ya apunta hacia apellidos rusos como colofón a casi 8 años de guerra sangrante. Una duda mayor sería, por ejemplo, qué pasa con los hasta ahora aliados kurdos o en qué posición deja el actual terreno a Israel. Pero a pesar de las dudas sobre el rumbo de la política exterior norteamericana sí parece que Washington tiene ahora enemigos más grandes y los esfuerzos pivotan hacia China y Rusia.

El caso es que Estados Unidos siempre quiere irse pero nunca se va, al menos del todo. Y quizá detrás de esa intención se pueda fraguar una idea más grande, que de momento tampoco cuaja a pesar de que el presidente le ha puesto empeño este año, porque ¿puede la gran potencia abandonar el territorio sin tener asegurado que sus socios locales serán capaces de mantenerlo todo atado?

Cada vez que se habla de sacar tropas la idea chirría y da paso después al boceto de una alianza militar regional, una suerte de “OTAN árabe” como se la ha bautizado en la prensa. El plan de Estados Unidos pasa por agrupar a los países del Golfo; Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Qatar, Omán y Baréin, e incluso a Egipto y Jordania, para promover la seguridad y la estabilidad en la zona. El coronel y analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos, Felipe Sánchez Tapia, explica que una segunda dimensión podría incluir aspectos de cooperación económica y libre comercio pero las negociaciones son discretas y la información escasa.

Aunque la idea original venga de atrás, Trump empezó a impulsar este plan personalmente en su primera visita a Arabia Saudí, en mayo de 2017. El objetivo común es luchar contra el endémico terrorismo y, sobre todo, luchar contra la amenaza común: la expansión de Irán. Y a pesar de que la meta parece clara la dificultad viene con el enfoque y la implementación.

Si bien EEUU quiere mantener su posición dominante como potencia global, salvaguardando de paso sus flujos comerciales -incluidas armas- y poder económico, está viendo como se le escapa entre las manos.  “Hemos pasado de un periodo de hegemonía sin parangón a una situación donde asistimos a un ascenso de Rusia y de China que amenazan su posición”, apunta Sánchez Tapia.

La cuestión es si los países que integrarían esa Alianza Estratégica de Medio Oriente (MESA), constantemente marcados por el “dilema de la seguridad”, están preparados para ese tipo de unión. Permítanme dudar y mucho. A sus problemas domésticos, se unen políticas exteriores diferentes incluso entre aliados históricos, y lo mismo sucede con la propia concepción de la seguridad, las diferencias palpables entre sus ejércitos y gastos en defensa. También son diversas las posturas en lo que respecta a Irán como demuestra el bloqueo de más de un año al que sobrevive Qatar para dolor de cabeza de Riad.

La idea de la Administración Trump es que EEUU no lo puede hacer todo solo y necesita estos contrapartes locales para cooperar y defenderse. Sin embargo, así las cosas, parece difícil imaginar una defensa común que de crearse en este contexto añadiría más tensión y problemas a la región.