El conflicto más largo de la historia de la Organización Mundial del Comercio llega a su fin. Estados Unidos y la Unión Europea han resuelto este lunes la disputa comercial sobre Airbus y Boeing, ¿cómo ha sido el camino hasta llegar a este punto? ¿hacia dónde se dirigen a partir de ahora las relaciones transatlánticas?

Escucha la historia completa en este podcast de Mercado Abierto:

Airbus y Boeing: 17 años de un conflicto que ha costado miles de millones

Tras acusaciones cruzadas y aranceles desviados hacia sectores ajenos el conflicto como la agricultura, la guerra llega a su fin con Biden en la Casa Blanca

Diecisiete años. Este es el tiempo que les ha constado a Washington y Bruselas disolver una disputa comercial encallada desde hace más de una década y media y que ha costado a ambos bloques miles de millones de dólares en aranceles.

Saltaba la liebre a primera hora de la jornada: Financial Times publicaba que, tras dos días de negociaciones (los mismos que el presidente estadounidense, Joe Biden, lleva en Europa) los equipos negociadores de ambas potencias habían alcanzado un acuerdo sobre las reglas de subsidios para Airbus y Boeing.

Se decía de los Reyes Católicos en el siglo XV aquello de tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando y ahora se puede actualizar: Boeing contra Airbus. Airbus contra Boeing.

Un conflicto protagonizado por dos gigantes de la aviación (que actúan como un pequeño oligopolio que controla, nada más y nada menos, que el 98% del comercio del sector) y las ayudas públicas que reciben de sus respectivos Gobiernos.

Boeing perdía y...

Allá por 2004 comenzaban “los juegos del hambre” después que de Boeing tirara la primera piedra el mismo ejercicio en el que, casualmente, las ventas de los europeos superaban a los de los estadounidenses por primera vez en la historia.

El fabricante acusó entonces a los países responsables del conglomerado: Reino Unido, Francia, Alemania y España de otorgar subvenciones “ilegales” por valor de 20.000 millones de euros para apoyar en su producción a través de líneas de crédito a un tipo de interés más bajo que los de mercado, lo que le habría permitido poder pagar nuevos procesos de producción y la modernización de la flota.

Un año después, la pelota cayó en el tejado contrario: Bruselas (la UE) acusaba a los estadounidenses de recibir 21.000 millones de dólares (1.000 millones más que la demanda previa) de subvenciones por parte de la Casa Blanca.

Y aquí la responsabilidad quedó sobre los tribunales: apelaciones, contraapelaciones, etc. que cada dos años, de media, recibían nuevos documentos de denuncia para obstaculizar el desarrollo de los nuevos modelos de sus competidoras.

Entra la OMC

Y desde 2004 que empezó todo, nos vamos hasta 2010 cuando la Organización Mundial del Comercio le dio (parte) de la razón al fabricante estadounidense al dictaminar que los ejecutivos europeos había financiado de manera “injusta” a Airbus con contratos de Estados y exenciones a los impuestos.

En 2011, el golpe de gracia el cayó a Boeing: la OMC sentenció que las ayudas que habían recibido ellos también eran ilegales y, al igual que Airbus, le obligaban a devolver 5.300 millones de dólares.

Pero, como en cada guerra, siempre hay “daños colaterales” y en este caso, como en algún otro, fueron los agricultores. Estados Unidos, viendo que no ganaba la batalla, decidió (unilateralmente) aprobar nuevos aranceles, por un valor de 7.500 millones de dólares (del 25%), de productos procedentes de la Unión Europea (aceite y vino, principalmente) que, casualidad, recayeron (en mayor medida) sobre los países que cuentan en sus territorios con fábricas de Airbus (España, Francia, Reino Unido y Alemania).

El escollo atlántico

Sin embargo, el fin de esta disputa elimina, sin lugar a dudas, ya lo han dicho los dos representantes de comercio de ambas potencias este martes, un importante escollo en las relaciones transatlánticas, pero hay otros muchos.

Sin ir más lejos, el mes pasado Bruselas se abstuvo de aumentar los aranceles sobre los productos estadounidenses como un gesto de buena voluntad en un desacuerdo sobre los impuestos aprobados durante la era Trump sobre el acero y el aluminio europeos.

Y sobre el parqué queda la disputa del futuro: la guerra sobre los servicios digitales y es que aunque, al menos, durante 180 días estén en suspendo, revolotean sobre el aire unos aranceles que Estados Unidos aprobaba hace dos semanas a España y otros cinco países europeos por la “tasa Google”, aquella que pretende gravar a las multinacionales tecnológicas, la mayoría de ellas estadounidenses, sobre los servicios digitales e ingresos que recogen en cada país.

En el caso de España, tras completar la investigación abierta en junio de 2020 sobre la tasa a los servicios digitales, la Oficina del Representante Comercial de EE.UU. ha determinado que la medida apropiada es la imposición de un arancel del 25% sobre una lista de 27 subpartidas arancelarias de productos por un impuesto que podría aportar a las arcas españolas, según el Departamento de Comercio de Estados Unidos, unos 127 millones de euros. Muy lejos de los 1.000 millones que pretende recaudar el Gobierno.

Sobre la mesa quedan todavía disputas sin resolver, pero mucho tiempo por delante. Así las cosas, parece que el deshielo se afianza en las relaciones entre Washington y Bruselas y la amistad recupera el tono de otras épocas pasadas, eso sí, previas a la llega de Trump. El caso es que tras 17 años de guerra, Estados Unidos y la Unión Europea miran a optimismo al horizonte y cantan aquello de los Manolos, Amigos para siempre.